jueves, 21 de agosto de 2008

El Valle de Elentiah - Prólogo

El ruido generado por el caos que les rodeaba fue incapaz de ocultar los gritos que se oían en todo el poblado, procedentes de una de las tiendas situadas más al sur. Allí, cuatro hombres y una mujer asistían el parto de la joven con rostros serios. Por fin, tras una larga hora de espera, los llantos del recién nacido inundaron la tienda, y la mujer que ejercía de comadrona cogió al bebé entre sus brazos para después limpiarle con una pequeña toalla. En ese momento, la tensión se apoderó de los que estaban en la casa aunque, en lugar de alegría, lo que dejaban ver sus caras eran muestras de una profunda preocupación. Todos los allí presentes se agolparon alrededor de la matrona y una expresión de consternación se dibujó en sus rostros. Aquel gesto no pasó desapercibido a la madre.

- Es una niña, ¿verdad? - preguntó ella.

La comadrona asintió con la cabeza y le tendió la cría, envuelta en la misma toalla utilizada para limpiarla. Ésta la abrazó con fuerza, aunque no consiguió retener una lágrima que resbaló por su mejilla. Casi en el mismo instante, un hombre joven se asomó por la entrada de la tienda.

- Hay que irse, ya están muy cerca.

La comadrona cogió de nuevo a la cría, y se la pasó al padre de la recién nacida, al tiempo que el resto de hombres ayudaban a incorporarse a la mujer. No habían pasado ni cinco minutos desde que la mujer había parido, pero allí todos sabían que no había tiempo que perder. No podía descansar, tenían que huir lo antes posible.

- ¿Está todo preparado? - preguntó el padre al chico que acababa de entrar.

- Lo está, señor. - contestó éste - Los hombres en el río y en el camino del oeste. Y con todo listo.

- Perfecto, vámonos.

La comitiva salió de la tienda y vio por primera vez el estado de su poblado. La noche estaba teñida del color rojo del fuego que prendía, cual estiradas antorchas, más de la mitad de las casas de su pueblo. El fragor de la batalla estaba prácticamente extinguido, por lo que dedujeron que en pocos minutos alcanzarían su posición. Los tambores de los invasores sonaban cada vez más cerca. Aterradoramente cerca.

El grupo corrió hacia el río lo más rápido que pudo. Los hombres que ayudaban a la mujer que acababa de parir tuvieron que cargar con ella durante algunos tramos. Por su parte, la matrona, preocupada por el estado de salud de la joven, consiguió en un par de ocasiones que parasen, para poder comprobar su estado.

Al llegar por fin a la orilla, tras unos interminables minutos, encontraron a un hombre anciano que les esperaba con una cesta de mimbre en la mano. Junto a él se encontraban también dos hombres armados, que miraban nerviosos a uno y otro lado.

La madre se acercó al padre de la niña y le miró fijamente a los ojos.

- ¿De verdad es necesario? - le preguntó con voz angustiada - ¿no podemos llevarla con nosotros?

- Ya lo hemos hablado, Maeva - contestó él - Es demasiado arriesgado. Empezarán siguiendo nuestro rastro, así que tardarán al menos un par de días en seguir el curso del río.

Más resignada que convencida, Maeva asintió con la cabeza. Cogió a la niña de los brazos de su padre y la introdujo en el canasto. Con cuidado, dejó la cesta en el río, pero antes de soltarlo ató a su pequeña muñeca una pulsera trenzada con dos colores, verde y azul. Hasta ese día, la había llevado siempre ella, y antes de ella su madre; y así durante las cuatro últimas generaciones.

Miró a su hija por última vez antes de soltar la cesta, contemplando el intenso color de sus ojos verdes bajo la luz de la luna.

- Tú cambiarás el mundo - le dijo en un susurro.


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miércoles, 13 de agosto de 2008

Corriendo

Cuando volvió a la realidad estaba corriendo. No sabía como había llegado allí, ni hacia donde corría, ni porque... solo sabía que corría a la velocidad del viento. Entonces pensó en si podría parar pero, cuando echó la vista a atrás, vio que siete hombres le perseguían a muy poca distancia e intentaban atraparle, no sabía porque pero eso le daba muy mala espina, ¿acaso había hecho algo malo?

Así que siguió corriendo sin detenerse, cada vez más rápido. Y cuando pensaba que ya se había librado de aquellos hombres, de repente se produjo un gran ruido y un hombre le salió al paso atrapándolo con una especie de manta. No sabía que estaba pasando, ni lo que le ocurriría si se resistía, por lo que se dejo llevar y permitió que le acorralasen y bambolearan aquellas extrañas personas que hablaban en un idioma que jamás había escuchado. Parecía que quisieran desorientarle o hacerle perder los reflejos. Extrañas técnicas de ataque pensó.

Entonces le apresaron en una sala vacía y le dejaron solo. Allí no había nadie más, nadie a quien preguntar sobre lo que estaba ocurriendo, nadie para sacarle de dudas. Por fortuna, al menos, le habían dejado una botella con un líquido transparente que, aunque no era agua, parecía que se podía beber y también algo de ropa con la que taparse.

Trató de relajarse para poder procesar todo aquello, pero estaba tan cansado que casi se quedó dormido y, de repente, la puerta se abrió con un gran estruendo. Había mucho ruido y extrañas luces brillantes que lo cegaban, volviendo a provocarle esa desorientación a la que empezaba a habituarse. Lo condujeron por un largo pasillo hasta un gran espacio abierto, lleno de gente que lo miraba expectante - ¿Acaso van a ejecutarme? ¿Sin ni siquiera decirme que he hecho? ¡Exijo mis derechos!

Le subieron a una especie de patíbulo donde, al parecer, dos reos corrían la misma suerte que él; aunque tuvo la impresión de que su delito había sido mayor que el de aquellos hombres que se encontraban debajo suyo. Y uno tras otro les hicieron agacharse para ponerles lo que le pareció una soga al cuello. Aunque, ¡que extraño!, aquella soga era mucho más suave de lo que el pensaba y no apretaba tanto como en un principio le había parecido. De repente la gente, que no había parado de gritar durante todo el rato, se quedo en silencio total para dar paso a una música que sonó en sus oídos como la más bella del mundo.

Y, de nuevo sin saber porqué, se dio cuenta de que estaba llorando.

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jueves, 7 de agosto de 2008

Welcome to the House of Tea

- Mrs. Witchest: Welcome to our house! We are Mss. Witchest and Mr. Doherty and we are very happy to see that you're here, sharing your tea time with us. We hope you like a good cup of tea...
- Mr. Doherty: What do you like it with? Maybe some milk or lemon?
- Mrs. Witchest: Yes, please, I would like it with a milk cloud. And you, dear guest?
- Guest: I would like it with *****.
- Mr. Doherty: Good Choice!

- Mrs. Witchest: Honey, as we are set now, could you tell us that story?
- Mr. Doherty: What story?
- Mrs. Witchest: Don't you remember? That story about...

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